domingo, 30 de marzo de 2008

Amigo no es aquel


“Amigo no es aquel que te regala una rosa, sino el que te ayuda a sacarte las espinas”.
Si, si, si. Ya lo sé, van a decirme que ésta es una mas de esas estúpidas y vacías frases hechas, digna de estar escrita en alguna página perdida del cuaderno de matemáticas de una romántica liceal. Un versito aprendido que pulula por ahí, en la boca de los tontos, que repiten idioteces sin pensar en lo que dicen.
Pues sí, es posible que así sea, no obstante lo cual, no deja de contener un interesante sentimiento, una de esas verdades tan simples y evidentes como nuestras propias narices.

Era un tipo más bien delgado, de tez blanca, blanquísima, pelo oscuro y ojos sinceros. Se le notaba que era inteligente, demasiado quizás para aquellos lugares, y sin dudas era muy aplicado. Simpático por naturaleza, y bastante mas exitoso con las mujeres que yo en aquella época.

Lo conocí al inicio de mi vida liceal, durante mis jóvenes doce años. En muchísimos aspectos, éramos una antítesis el uno del otro. Vivíamos en una eterna, divertida y curiosamente estúpida competencia. Y como nos odiábamos.

Nunca supe bien porque, pero me resultaba un tipo de lo mas desagradable. Desde sus estúpidos comentarios, esa simpatía e inocencia de la que yo carecía, la forma en que podía mantener extensas charlas con aquella morocha que me encantaba, y hasta los sobresalientes exámenes que solía hacer.

Fueron años duros para los dos, no soy una persona débil, y tampoco lo era en ese entonces, pero en muchas ocasiones era difícil encontrar el camino. Sin dudas la adolescencia no es una etapa sencilla, donde se forja el temple y el carácter de los hombres, y, donde uno puede perderse en las multitudes. Fue así que todo se desarrolló, y, año tras año, la competencia era mas dura, y año tras año el tipo me caía peor. Implícitamente ambos nos detestábamos, y hacíamos lo imposible por molestarnos, sin pensar mucho en las consecuencias.

Reconozco que no soy un tipo sencillo, todo lo contrario, a veces me resulto insufrible a mí mismo. Mis ácidos comentarios, mi negro sentido del humo, y mi carácter distante e introvertido no me hacen un tipo del todo llevadero, pero, como siempre digo, tengo un excelente escudo contra estúpidos, y solo aquellos que realmente valen la pena, tienen paciencia suficiente para ver detrás de la coraza. Para mi sorpresa, mi odiado enemigo de las épocas liceales se tomó ese trabajo.

Como todo en este mundo tiene un fin, los cuatro años de liceo terminaron, y una vez finalizado el ciclo básico, y como era muy común en los liceos de barrio, tuvimos que buscar un colegio más grande donde poder terminar los dos años finales de bachillerato, previos al ingreso a la universidad.
Realmente y aunque parezca imbécil, fue una decisión que costó muchísimo trabajo, dado que nada me convencía, y en esas épocas no era un tipo tan seguro. Y claro, salido de aquel liceo que me había amparado tantos años, me sentía desorientado.
Tras apaciguar mis aires de rebeldía adolescente, pretendiendo asistir a instituciones públicas de bajo nivel educativo, terminé inscribiéndome en un colegio cercano a casa, que contaba con bachillerato completo.

Maldita mi suerte pensé, aquel ocho de marzo de mil novecientos noventa y nueve, cuando entre al salón de clases con mi nuevo uniforme de pantalón gris y camisa blanca, y vi a mi odioso ex compañero de clase ahí sentado en primera fila, como desafiándome nuevamente a seguir nuestra estúpida competencia.

¿Pero que diablos tenía en la cabeza el día que acepte venir a este colegio? ¿En que estupidez estaba pensando cuando dije que sí? Lo único que me falta es tener que soportar a este imbécil otros dos años, viéndolo sonreír como un idiota, sacando mejores notas que yo, y logrando la atención de cada pollera que logra interesarme. ¿Será posible que la suerte me haya abandonado por completo?
El maldito idiota debe haber pensado exactamente lo mismo, pues su cara de sorpresa sin lugar a dudas fue mucho mas elocuente que la mía.

Sin embargo, y pese a todos mis prejuicios, ese no fue un mal año, hice muchos amigos y reconstruí algunos lazos sociales de esos que había perdido en el otro colegio. Esa persona tan querida para mí, mi escalera al cielo, se alejó por completo ese año, pero vinieron nuevas personas a mi vida. En ese año aprendí a tolerar, y a ser tolerado, a ver mas allá de las apariencias, y a contener el aliento frente a esos instantes fugaces y hermosos que tiene la vida. Aprendí a confiar en las personas, y a desilusionarme de ellas, pero ante todo, nunca dejar que la desilusión me gane, y que destruya mí fe en la bondad de la gente.

Y ante todo, aprendí a ignorar a mi antiguo rival y no caer en la estúpida idea de odiarlo de nuevo. Fue simplemente eso. Durante todo ese año, no hicimos más que ignorarnos. Desconozco si con eso, el torpe se sintió desilusionado, o simplemente entendió que me importaban un rábano nuestras diferencias, y que más bien estaba harto de pelear por que todo el mundo así lo esperaba. Creo que ese año, ambos entendimos que lo único que buscábamos, al igual que cada ser humano en esta tierra, era ser felices, y cada uno a su manera, ese año, se encontró consigo mismo.

Esto, sin embargo, no fue lo más asombroso de esas épocas. Pasado el verano, y otra vez empezando las clases de nuestro último año como liceales, me encontré solo una vez más. Todos mis amigos del año anterior, habían decidido dejar el bachillerato, o cambiarse a otros liceos, dado que las orientaciones que habían elegido no se dictaban allí. Que mala suerte la mía, me iba a pasar un año entero, aburrido como un hongo, sin mis amigos, antes de poder empezar la universidad.

Una de esas mañanas de abril, cuando el frío del otoño ya empieza a sentirse, terco de mí, había decidido quedarme en el salón durante el recreo de media mañana, dado que no quería enfriarme, ni tener que vagar solo por el patio durante los treinta aburridos minutos del descanso. Es posible que en otra oportunidad el universo hubiera llegado a su fin frente a algo tan físicamente imposible como que el hasta entonces considerado imbécil de mi antiguo compañero de liceo, se acercara a mí con el alfajor que le preparaba su abuela para la merienda en la mano, y me invitara a salir al patio a jugar al ping pong. Es posible repito, que en otras circunstancias, hubiera aplicado uno de mis mas ácidos e ingeniosos insultos –créanme que soy excelente en ese sentido- para mandarlo a pasear por ahí. No obstante y contra toda predicción astrológica, acepte.

Y ahora, mi querido hermano del alma, después de ocho años de amistad ininterrumpida, te agradezco por estar siempre ahí, en guarida, listo para ayudarme a sacar las espinas.

Sch 80.

2 comentarios:

Arkadia dijo...

La primera, como bien decís, es, sin duda, una frase de porquería. Por más que enseguida lo aclaraste, creo que, si no fueras mi hermano, no habría leído ni una de esas hermosas palabras.

Hace poco me dijeron que no existe un gran protagonista sin un gran antagonista. Me encanta tu antagonista. Espero no te sientas mal por ello. "Tengo un excelente escudo contra estúpidos, y solo aquellos que realmente valen la pena, tienen paciencia suficiente para ver detrás de la coraza. Para mi sorpresa, mi odiado enemigo de las épocas liceales se tomó ese trabajo", es genial. Lo estimas y todo.

Me gusta eso de no dejar que la desilusión destruya la fe en la bondad de la gente. Y, conociendo bastante de ti, recién me di cuenta de quien hablabas en el final. Me gusta el optimismo, y esa "magia" (qué fea palabra) de lo que parece de una forma y es de otra.

Me hubiera gustado que no hablaras tanto de cómo sos. Es fácil adivinarlo, leyendo esto. Hay datos de más. Pero, más allá de esta simpleza, me encantó. Tanta integridad me perturba, me encanta.

Schedule 80 & Arkadia dijo...

Ja. Me delataste, en realidad no tendria porque haber sido yo, ni esa persona de la que hablas. Lo de integridad...mmm..me quedan mis dudas.
Respecto a la frase..siempre hay algo de verdad, hasta en la mayor de las estupideces.
tqm.