Es una noche cálida, de esas que insinúan el verano y acarrean nostalgias. Rumores del pasado que hacen eco en los pasillos y remueven los recuerdos.
La brisa de noviembre refresca los pensamientos, la noche está estrellada y limpia, el cielo, abierto sobre mí, me hace sentir insignificante. Nunca creí que la conciencia de nuestra pequeñez pudiera perturbar tanto.
El universo, enorme, plagado de luces y mundos y esencias de colores que jamás conoceré, o que mi mente, microscópica parte de ese todo, jamás será capaz de comprender. Ese universo profundo e incognoscible me genera dudas, preguntas, temores y sueños, y me rodea, me atrapa.
Somos una nada, una traza de polvo de una gran montaña, somos pequeños.
Vivimos, además, en una pequeñez pobre, incierta, inconsciente y apática.
Nuestro entorno, lentamente, se hace ajeno a nosotros, y nosotros, somos ajenos al mundo, al miedo, al dolor y al sufrimiento. Somos ajenos a ellos.
¿Es que acaso no ven? ¿No lo entienden? ¿No los ven?
Y en ese segundo, en ese preciso segundo, que es un soplo en el tiempo y un aliento en la eternidad, mi mente; mi pobre mente, captó el universo en su todo más puro y más limpio de dudas y miedos.
Fue ahí donde entendí lo que antes, a mi ser, le resultaba inexplicable. Y lo que ví, lo que ví me abrumó, me robó el aliento y me heló la sangre, y, por un instante, el alma.
Ví niños, y pueblos y ví el hambre. Ví dolor y miedo. Ví personas ciegas y personas que querían serlo, y ví personas que no veían, aunque podían hacerlo. Ví lo peor de mí, y de todos, de nosotros, del mundo. Y sentí miedo, y vergüenza. No creía lo que veía.
Los ví llorar, y gritar, y sufrir, los ví morir. Me ví a mí, y a todos, reír y bailar y cantar, impávidos frente a su dolor. Y los ví a ellos, los ví matando e hiriendo, y derramando sus lágrimas con furia. Vi el sufrimiento de todos, y el mío, y el del mundo entero. Y vi miedo.
Y de pronto, el segundo, que fue eterno y tenue, se extinguió. La noche volvió a ser oscura y fría. Las lágrimas se secaron y el miedo pasó. Y fui ciego, como todos, una vez más.
La brisa de noviembre refresca los pensamientos, la noche está estrellada y limpia, el cielo, abierto sobre mí, me hace sentir insignificante. Nunca creí que la conciencia de nuestra pequeñez pudiera perturbar tanto.
El universo, enorme, plagado de luces y mundos y esencias de colores que jamás conoceré, o que mi mente, microscópica parte de ese todo, jamás será capaz de comprender. Ese universo profundo e incognoscible me genera dudas, preguntas, temores y sueños, y me rodea, me atrapa.
Somos una nada, una traza de polvo de una gran montaña, somos pequeños.
Vivimos, además, en una pequeñez pobre, incierta, inconsciente y apática.
Nuestro entorno, lentamente, se hace ajeno a nosotros, y nosotros, somos ajenos al mundo, al miedo, al dolor y al sufrimiento. Somos ajenos a ellos.
¿Es que acaso no ven? ¿No lo entienden? ¿No los ven?
Y en ese segundo, en ese preciso segundo, que es un soplo en el tiempo y un aliento en la eternidad, mi mente; mi pobre mente, captó el universo en su todo más puro y más limpio de dudas y miedos.
Fue ahí donde entendí lo que antes, a mi ser, le resultaba inexplicable. Y lo que ví, lo que ví me abrumó, me robó el aliento y me heló la sangre, y, por un instante, el alma.
Ví niños, y pueblos y ví el hambre. Ví dolor y miedo. Ví personas ciegas y personas que querían serlo, y ví personas que no veían, aunque podían hacerlo. Ví lo peor de mí, y de todos, de nosotros, del mundo. Y sentí miedo, y vergüenza. No creía lo que veía.
Los ví llorar, y gritar, y sufrir, los ví morir. Me ví a mí, y a todos, reír y bailar y cantar, impávidos frente a su dolor. Y los ví a ellos, los ví matando e hiriendo, y derramando sus lágrimas con furia. Vi el sufrimiento de todos, y el mío, y el del mundo entero. Y vi miedo.
Y de pronto, el segundo, que fue eterno y tenue, se extinguió. La noche volvió a ser oscura y fría. Las lágrimas se secaron y el miedo pasó. Y fui ciego, como todos, una vez más.
3 comentarios:
Es una idea que siempre tengo presente: "infinitecimal en el universo". Mas soy optimista, muy optimista y creo en el sentido, en la grandeza en la pequeñez. Creo en la belleza, ¿estoy ciega? Tal vez en parte, tal vez no: he visto belleza en el dolor. Belleza en potencia.
Sch, "Del útero al sepulcro" y más allá también.
Arkadia
Mmm...me parece que no me quedó muy bien, porque por lo visto no se entendió bien...
Después le pego una pulida a ver si gusta¡¡
un beso.
Me gustó, me gustó. Sólo quise agregar algo más!
Abrazo
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